Andando por estos mundos de Internet, he encontrado un artículo de lo más interesante que dedico con todo mi cariño a aquellos visitadores activos y silenciosos que se interesan constantemente por mi vida y mis experiencias de una manera insana, a vosotr@s, que no tenéis mejor tarea que llevar y traer, a vosotr@s que como las ratas os movéis en las sombras, intentando obtener alguna información jugosa para darle a la sin hueso, aquí os dejo este magnifico escrito, espero que no se os atragante demasiado :).
Vivimos una época resplandeciente de cotilleos, chismes y cuentos.
Basta repasar las programaciones de los medios de comunicación y,
básicamente, de revistas y cadenas de televisión, para concluir que el
cotilleo campa a sus anchas. Muchas veces me he preguntado a qué se debe
tal éxito social y desde mi pre-ocupación científica principal, es
decir, cómo se comportan las estructuras del cerebro en la vida diaria,
me he preguntado qué mecanismos se desencadenan en el cerebro de las
personas cotillas, de las cotilleras y cotilleros, para que se obtenga
tanto beneficio personal, familiar y social.
Diccionario de Autoridades. Real Academia Española, 1729 (pág. 645,2)
Mi primera aventura investigadora la he centrado en averiguar cómo se
fijó, limpió y dio esplendor a la palabra “cotilla” en la sociedad
española, en su modo de hablar, sabiendo que cuando se construyen
palabras es porque se introyectan en el lenguaje de una sociedad por
aceptación popular. La primera vez que se encuentra la definición
oficial de “cotilla” es en el Diccionario de Autoridades de la Real
Academia, de 1729 (pág. 645,2), como diminutivo de la “cota”, es decir,
un jubón sin mangas, una especie de armadura que se usaba en principio
de cueros y después de mallas de hierro o de alambre gordo
[sic], y que después se “suaviza” como una casaca de tela, embutida con
barba de ballena y pespunteada, recogiendo en esta primera acepción un
poema de la Autoridad de la época:
Éste, pues, por sus pecados,
Quiere a una niña de plata,
De esas de cotilla de oro,
Y de tabí de enaguas.
Quiere a una niña de plata,
De esas de cotilla de oro,
Y de tabí de enaguas.
Es en 1927 la primera vez que se introduce en el Diccionario de la
Real Academia (RAE Manual 1927, pág. 593, 1-2) un dibujo de la cotilla. Y
hay que esperar hasta 1936 a que se introduzca, por primera vez, una
segunda acepción del lema “cotilla” como mujer chismosa y parlanchina (RAE U 1936, 365,1). Asimismo, se introduce también una segunda acepción en el lema “cotillero”, con la siguiente definición: persona amiga de chismes y cuentos
(RAE Usual 1937, pág. 365, 1). Creo que las fechas no son inocentes y
coinciden con una etapa histórica del país, la II República, que
permitía estas libertades, aunque con un severo toque machista, que todo
hay que decirlo y que fija definitivamente el Régimen, manteniendo la
acepción sin cambio alguno en sucesivas ediciones. En la edición de
1956, es la última vez que se incluye la acepción de “cotilla” como
mujer chismosa y parlanchina. Es en la edición de 1970 cuando se
introduce por primera vez en masculino y femenino la definición de cotilla (segunda acepción), como persona amiga de chismes y cuentos,
que se ha mantenido hasta la última edición de 1992 (22ª). Es en esta
edición donde se consagra también el lema “cotilla” como segunda
acepción de la palabra “cotillero”, introducida en 1937, como persona amiga de chismes y cuentos.
Esta intrahistoria del vocablo traduce la actividad cerebral de la
persona cotilla, como una acción vinculada en principio a mujeres, cotilleras,
de por sí chismosas y parlanchinas, pero que posteriormente se reconoce
a toda persona que es amiga de chismes y cuentos, sin olvidar que al
unirse la palabra “cotilla” al vocablo cotillero, se puede deducir
claramente que la actividad de cotilleo se llevaba a cabo,
fundamentalmente, en los talleres de los cotilleros, artesanos nada
inocentes y siempre rodeados de mujeres a las que hacían los ajustadores
de ballenas. Me quedo con la última acepción extendida a toda clase de
personas, para intentar dilucidar por qué el cerebro construye este
rasgo de personalidad, de tanto éxito en el momento actual. Y los
sucesivos diccionarios de la Real Academia son implacables desde el
siglo XVIII con los chismes y con las personas chismosas, como
identificador de este rasgo tan peculiar: persona que es cuentista,
enredadora y que se ocupa en meter cizaña entre amigos y parientes y
persona que es pesquisidora de cuanto pasa, y aún de lo que no pasa,
inventora, parlera y chismosa (RAE A 1729, 325,1), ésta última definición atribuida a Fray Luis de León, en La Perfecta Casada §.9. Porque el chisme es murmuración
o cuento con que alguno intenta descomponer una persona con otra
metiendo cizaña, y refiriendo lo que no tiene necesidad de que se sepa. Chisme viene del latín Schisma, por ser este el efecto del chisme, la separación, el cisma, que siempre causa discordias y malas avenencias.
¿Por qué construye el cerebro chismes y cuentos, como perfecto
cotilla? Sin lugar a dudas porque esta actividad produce bienestar y
satisfacción en muchas personas, a través de neurotransmisores amables
para determinadas estructuras cerebrales. Porque el cerebro, a través
del sistema límbico, siempre busca el mejor camino para la satisfacción,
porque garantiza el bienestar diario, aunque sea momentáneo, a ráfagas.
El cerebro, que aprende perdiendo y ganando, agota el conocimiento de
lo que pasa, como “pesquisidor” de cuanto sucede a nuestro alrededor,
aunque no seamos conscientes de ello, sea o no verdad. Siempre está
grabando por diversas “pistas” e intenta recuperar aquello que causa
satisfacción, recuperando lo que ha guardado en el hipocampo.
Y en esta actividad frenética interviene el aprendizaje respecto de lo
que acontece en cada vida, desde la preconcepción, donde el
adiestramiento en este tipo de actividades, fabricar chismes y cuentos,
puede ser una actividad perfectamente asumida en entornos familiares,
laborales y de amigos. Si además, socialmente hablando, causa
reconocimiento e hilaridad, por lo que se dice y se comenta, el
bienestar está servido. Multiplicando el bienestar oculto o expreso, por
cien, si estos chismes o cuentos se fabrican por periodistas
científicos, que es como se denominan hoy determinados cotillas
profesionales, como patente de corso de lo que ocurre en los entornos
cotillas de papel cuché o de la alta definición. Multiplicando los
cachés de chismosos y cuentistas, de las marcas comerciales, de las
empresas de publicidad. Con el dinero de todas y todos los cotillas, al
comprar y consumir aquellos productos que se introducen en la cadena de
anuncios del programa de cotilleo, como descanso en el papel
investigador de la vida de los demás, a cualquier precio, porque a mayor
audiencia, mayores ingresos, a costa de los pesquisidores de cuanto pasa, y aún de lo que no pasa, inventores, parleros y chismosos.
El pasado 26 de agosto leí un post en el blog de un periodista muy querido, Juan Cruz, que llevaba por título “El gen del cotilleo”.
Termino este post con sus palabras, porque resumen muy bien hasta donde
puede llegar el cerebro humano, cotilla y cotillero, que no puede con
ese gusano de la aparente felicidad: “El cotilleo es como el gusano
inservible de las frutas, lo quitas y parece que la fruta ya no está
contaminada por la actividad modesta e insistente del gusano. Pero el
gusano, en el mundo de la información malsana, es decir, del cotilleo,
el rumor y la difamación, que muchas veces están juntos, es como un
gusanillo, intriga su cuerpecillo, lo vemos deambular en torno nuestro y
no nos decidimos a matarlo; creemos que es, tan solo, una sombra, y
termina apoderándose de la fruta. Este contagio del cotilleo está
afectando a la conversación cotidiana, daña a la esencia de lo que nos
decimos y abre la puerta para aventuras aún más arriesgadas, en las que
se pone en peligro la estima de los otros, y, aunque eso no se note en
la superficie, nuestra propia autoestima. Ayer hablaba Gaspar Llamazares
en el Congreso de “las mentiras de destrucción masiva”. Hay
mentirijillas que si se ponen juntas, y se animan a través del cotilleo,
destruyen masivamente no sólo la conversación sino la reputación de las
personas, generan un bicho bochornoso del que se tendría que prevenir
la sociedad, y no sólo la sociedad de la cultura, la política o el
espectáculo, sino la sociedad entera, que un día va a encontrarse que no
halla otro tema de conversación que la que propone el cotilleo como
materia informativa. El gen del cotilleo está excitadísimo, no le demos
tregua”.
Información recogida de: http://www.joseantoniocobena.com/?p=1060
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